Ante un acto incomprensible como el reciente accidente de avión, necesitamos encontrar explicaciones. Aparecen los equipos de salud mental para poder acompañar a los afectados y, en esta ocasión, los tratan como heroínas, como a los bomberos de New York, y un sentimiento de orgullo in crescendo por una labor que no estoy desarrollando pero que me hace sentirme parte de un colectivo.
Pero también nos préstamos al otro juego. Los periódicos y periodistas morbosean con una supuesta baja laboral secreta, y especulan que sea por una oscura y larga depresión que el copiloto se esmeró en ocultar. Respondemos de inmediato… (Con voz de sabio prepotente) Bueno, esto no responde a alguien con un perfil depresivo, aquí debe haber algo más… Falta de empatía…. Algo antisocial….
Y otra vez el estigma de un diagnóstico, el uso de etiquetas para consolarnos y poder entender y encontrar explicaciones que nos construyan el espejismo de que todo está controlado…
Las personas que trabajamos en salud mental tenemos una responsabilidad pero estamos jugando otra vez al juego irresponsable de no llamar a las cosas por su nombre.
Eso otro que hay se llama lamentables condiciones laborales. Tiene que ver con no pagar bien a tus trabajadores, con tener pilotos dados de alta como autónomos, con no dignificar a los empleados, con de nuevo ningunearlos para que haya compañías de bajo costo y todos nosotros, ovejas, podamos viajar en un avión hasta hawai en cualquier momento y baratito. Ya oigo los suspiros de alivio de las compañías aéreas porque nadie les hará responsables.
No me digáis, colegas de profesión, que no es un alto promotor de salud mental las buenas condiciones laborales y la estabilidad!
Cada cosa tiene un nombre.
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